30/7/08

un cuento: Culpa


Mi boca tiene sabor a perro muerto. No puedo asegurar si es desde siempre o desde hace solo una semana. No sé si es solo hoy cuando mastico el aire y la saliva me recuerda las piernas abiertas de un perro inerte.
Los perros no ladran cuando no están vivos; por eso es inservible este mal sabor. No puedo ladrar, gruñir, morder. Solo levanto un pie, luego el otro (la rodilla cruje) para subir las escaleras.
El cuerpo me pide volver atrás, encerrarme en mi cuarto, clausurar las ventanas, la puerta, para no escuchar sonidos de afuera, no salir. Podría regresar y echar afuera el TV con sus 4 monocanales. Patear el radio. Taponear mis oídos para siempre. Pero debo continuar subiendo las escaleras, tocando a las puertas, entregando estos papelitos ridículos. Pido una firma para que mi jefa crea que hice el trabajo. Trato de no mirar la cara de asco de la muchacha cuando abro mi boca. Hueles a perro muerto, piensa, y apenas mira el papelito mal redactado en el que se le ruega que se presente en el Banco a saldar su deuda. (La casa, el TV, el refrigerador). El perro muerto que se oculta en mi boca quisiera estar vivo para morder a la muchacha, que no ose pensar que es mejor que yo porque no siente en ella mi olor. Ella y todas las demás huelen a carneros con vientres hinchados. Sus maridos huelen a corral de cerdos. Pero solo sienten el olor que llevo yo. El de mi boca. Y quisiera no tener que hablar.
El perro me espera a la entrada del edificio.
Obediente.
Lo encontré hace una semana y cuando le pregunté si tenía dueño, caminó hacia atrás escondiendo la cola entre las patas. Le asustó mi olor a muerte.
La cabeza del perro me recuerda los martillos de los aborígenes.
Lo traigo conmigo para entrenarlo.
Cruzamos la calle.
Un niño de ojos azules pasa junto a nosotros. Va pedaleando en su bicicleta pequeña y brillante. Es un niño hermoso y solo mira al cielo. No repara en el perro ni en mí. Quizá más tarde, cuando los niños más grandes salgan de la escuela, este niño hermoso tenga una turba detrás reclamando una vuelta en su bicicleta.
Pero él, por ahora, solo mira al cielo.
Creo que, con el tiempo, el perro se acostumbrará a mi olor. Estoy segura de que ya no podré hacer nada por sacar la muerte de mi boca, por sacar estos deseos de tapiar las ventanas. No escuchar. Cada día lo entreno. No le doy de comer. Solo agua.
Ahora lo obligo a subir las escaleras y a que se quede quieto mientras me abren la puerta. El hombre mira al perro cuando yo abro la boca para decir que vengo del Banco. Ese perro está a punto de morir, piensa, y chasquea la lengua para que se aleje de su puerta.
-¿Viste? Lo hemos engañado, le digo al perro mientras cruzamos la calle.
El niño de la bicicleta azul pedalea con su pensamiento en el cielo. De su bolsillo se escurre un caramelo. Mi perro ansía comerlo. No se lo permito, el niño podría usar a mi perro a su favor.
Esta vez el perro me mira con odio. Sé que odia mis ademanes, las órdenes que lo obligan a ejercitar su mandíbula. Odia mi voz. Mi aliento que le recuerda su propia muerte. Quizá odie al niño que algún día conocerá lo que está debajo del cielo.
Yo no odio. Solo tengo este hedor insoportable y los deseos de no escuchar, no moverme. No hablar.
Llegamos a un rincón apartado, preludio de un basurero. Dejo libre el cuello de mi perro y me tiendo en la tierra. Miro al cielo, no hay nubes.
-Es hora de que te alimentes.
Él obedece con rabia y júbilo. No reconozco esos sentimientos, solo sus mordidas y el olor de su saliva y mi sangre convirtiéndose en un mismo líquido. Le agradezco. Es bueno no tener que hablar.

Sepultura y La Habana



El segundo sábado de julio, lluvioso como si fuese domingo, Sepultura envolvió a La Habana con pura energía brasileña. Y no con samba, que ya sabemos todos de lo que va este grupo integrado por Andreas Kisser, Derrick Green, Igor Cavalera y Paulo Junior (el más antiguo de sus integrantes).

Confieso que nunca he sido amante de esta clase de rock, pero como varios de los casi 90 mil asistentes, no quise perderme el espectáculo que ofrecerían estos músicos a no dudar talentosos.
Al inicio casi sufro un infarto por la potencia de las bocinas junto a las que me vi forzada a detenerme para hacer las fotos (aunque la potencia de la música no se repartió de igual modo por el resto de la Tribuna Antimperialista). Pero no había terminado el primer tema y ya no podía evitar mover mi cabeza en un Síiiiii repetido con la mayor de las insistencias.








Más tarde el asunto fue otro, dónde ocultarnos en el caso extremo de que el entusiasta público derribara las cercas de seguridad para estar más cerca de sus ídolos musicales. No sería la primera vez que los habaneros derribaran cercas, puertas de cristal o lo que se interpusiera entre ellos y el deseado concierto, obra de teatro o película del Festival de Cine Latinoamericano. Pero la esperada avalancha nunca llegó, a no ser en forma de persistente aguacero, que hizo "trashear" a Green una simpática versión de Cantando bajo la LLuvia.





A esas alturas hubiese querido cambiar mi profesión de fotorreportera por la de sencilla visitante a la Tribuna. Guardar mi cámara en la inexistente mochila y lanzarme a saltar junto a los rockeros cubanos que tuvieron la "oportunidad" de estar más cerca al escenario. Pero como no llevé mochila y padezco de la obsesión por el lente...toda la energía provocada por esta banda la dediqué a estas fotos...